FESTIVAL CAMPECHE 2024
En un esfuerzo por transformar la percepción del legado cultural y social de la región, el Colectivo Campeche ha emergido como una plataforma fundamental donde el arte se convierte en un vehículo de expresión y reivindicación. El colectivo subraya la importancia de las iniciativas artísticas que involucran a los jóvenes, quienes juegan un papel crucial en la revitalización de su comunidad. El Festival Campeche busca aportar nuevas perspectivas sobre el legado territorial y cultural de la región, promoviendo la colaboración tanto con actores locales como con artistas y aliados de otras regiones. Esto con el enfoque de enriquecer la identidad cultural de la región, fortalecer el tejido social mediante el arte, creando un impacto positivo, desde donde se promueve el turismo sostenible y comunitario.
La UNESCO sostiene que los procesos artísticos tienen el poder de desarrollar nuevas perspectivas que transforman nuestra comprensión del mundo. A través de murales, grafitis e instalaciones, el arte urbano aborda cuestiones sociales y culturales de gran relevancia, promoviendo la inclusión y la diversidad. En este contexto, el trabajo del Colectivo Campeche se centra en preservar el legado campesino de la región mientras impulsa los talentos jóvenes, creando espacios que fomentan la cohesión social y amplían las oportunidades laborales para la juventud local.
Durante el festival, artistas emergentes y jóvenes creativos presentaron obras que rinden homenaje a la idiosincrasia campesina, utilizando el arte para narrar historias y reivindicar identidades. Cada pieza es un testimonio visual que invita a los espectadores a reflexionar sobre sus raíces culturales y el entorno que los rodea. Desde el mural de Felipe Mavesoy, que simboliza la conexión emocional con el territorio, hasta el trabajo de Nirvana Sabina Bolaños, que resalta la importancia de la conservación del medio ambiente, el festival se convierte en un escaparate de creatividad y compromiso social.
El festival no solo sirve como un espacio para la expresión artística, sino que también actúa como un punto de encuentro donde los jóvenes pueden colaborar y aprender de artistas de otras regiones. Esta interacción enriquece el diálogo sobre la identidad cultural y promueve la integración de las memorias locales en nuevas narrativas que fomentan un futuro más cohesivo. Se realizaron siete murales: dos de ellos en el la sede principal de la Institución Educativa Rafael Uribe Uribe; uno en la biblioteca municipal; uno en el hospital, uno frente a la iglesia, uno detrás del polideportivo, y uno en el centro comercial del municipio.
A través de su liderazgo, se han articulado diversos emprendimientos juveniles que buscan crear nuevos nichos ocupacionales, no solo en el arte y la cultura, sino también en áreas como el turismo sostenible, el avistamiento de aves y la conservación del medio ambiente. Estos esfuerzos no solo brindan oportunidades económicas, sino que también fomentan un sentido de pertenencia y responsabilidad hacia la comunidad y su entorno.
Además, el festival ofreció jornadas de talleres que fueron una mezcla de expresión artística y desarrollo personal. No solo se llevaron a cabo actividades plásticas, sino que también se implementaron talleres de gobernanza corpórea a través del breaking, una danza que promueve la autoexpresión y la colaboración. La participación de más de 40 jóvenes del municipio en estos talleres refleja un fuerte interés por explorar diversas formas de arte y expresión, así como un deseo de aprender y crecer juntos. Estas experiencias no solo enriquecieron el festival, sino que también fortalecieron los lazos entre los participantes, fomentando un ambiente de creatividad y apoyo mutuo. En este sentido, el festival se convierte en un espacio no solo para la exhibición de talento, sino también para la formación de una comunidad dinámica y comprometida con su futuro cultural.
El Festival Campeche es más que un evento artístico; es una celebración de la juventud, la cultura y la resiliencia. Al permitir que los jóvenes narren sus historias y reivindiquen su herencia, el festival no solo preserva el pasado, sino que también siembra las semillas para un futuro en el que la paz y la unidad florezcan en el corazón de la comunidad.
Este recorrido museográfico se propone como una plataforma para que las comunidades expresen sus experiencias, se fortalezca el tejido social, y se destaque la importancia de reconocer y valorar las memorias y narrativas locales. Este proyecto buscan tanto preservar y celebrar la riqueza cultural de la región, como también fomentar un diálogo continuo sobre la identidad y el patrimonio natural. Al hacerlo, se promueve una mayor cohesión social y un sentido de pertenencia, ayudando a construir un vínculo más profundo entre los habitantes y su entorno habilitando un espacio de encuentro y reflexión, donde las historias individuales y colectivas se entrelazan para formar un tejido vibrante de memorias que reafirma la relevancia de las tradiciones y el legado regional en la configuración del presente y del futuro.
El trabajo curatorial de este festival reúne una serie de obras que ofrecen diversas perspectivas plásticas sobre el legado y la idiosincrasia campesina. A través de esta selección, se presenta una variedad de enfoques artísticos que plantean diferentes escenarios en el que los habitantes pueden narrar sus propias historias, reivindicar sus memorias y conectar con el territorio de manera significativa. Cada obra actúa como un vehículo para la reflexión y la sensibilización, permitiendo a los espectadores y participantes explorar y reconectar con sus raíces culturales, así como también establecer nuevas narrrativas
TATY GOMEZ
CORAZÓN DE COLOMBIA
El trabajo en mural de Taty, busca revindicar el territorio como un espacio de cuidado mutuo y escenario protagonizado por el femenino. Sus piezas articulan gráficamente el cuerpo femenino y el territorio desde la manifestación de los ciclos, las propiedades de las plantas, la diversidad infinita de especies y la interrelación con el ecosistema. En esta pieza Taty propone a la mujer como el corazón del campo, rodeada por la exuberancia y la grandeza del cacao. Esta posición refleja cómo la mujer es el corazón palpitante del territorio, rodeada por la abundancia que ella misma ha cultivado. Los frutos que emergen de su cuerpo representan el resultado de su trabajo, dedicación y sacrificio, subrayando la vital importancia de la mujer en el ámbito agrícola y en la configuración del hogar y el territorio. Taty reconoce la capacidad de sentir del territorio, y la necesidad de mediar los procesos a través del amor, el cuidado, la paciencia y la delicadeza. En el trabajo de Taty se reconoce la vulnerabilidad y la sensibilidad como capacidades eminentes para los procesos de sanar con amor las heridas y por medio del arte.
GAVILAN
PEREGRINO MUSICAL
En esta pieza Gavilán parte de la relevancia de la música en el legado territorial, donde la propone como testimonio de una memoria histórica, y como parte vital de la identidad cultural e idiosincrasia de un territorio. Para el artista las narraciones de la música campesina dan cuenta de las historias de sus habitantes, de las riquezas del paisaje, y la coyuntura de los hábitos culturales y las cotidianidades. Gavilán retoma el paisaje de la montaña uribense, y en su tradicional paleta de colores pasteles, evoca un atardecer haciendo uso de las veladuras. El personaje central trae instrumentos tradicionales a sus espaldas, y lo acompañan tres aves de la región mientras transita por este paisaje entonando una canción. El trabajo de Gavilán recoge experiencias visuales y sonoras, a través de personajes que caminan y se mimetizan con el entorno, transeúntes que viajan en medio de los sonidos nuevos y las músicas de antaño. Son personajes inspirados en la cotidianidad, habitantes de caminos y montañas, que recogen historias de los lugares y las personas en sus melodías. Estos son portadores de un legado territorial, que trasciende generaciones e implica un ejercicio de tradición oral por medio de la música, que respalda las narraciones y memorias de toda una comunidad.
SABINA
MIRADA AL VIENTO
En esta obra, Sabina retrata a una mujer con una mirada contemplativa, rodeada de aves. Sus ojos reflejan la serenidad del atardecer, mientras que su cabellera capta la esencia del aire y los vientos. El personaje femenino de Sabina se planta con firmeza y valentía, pero desde su sutil mirada promueve el respeto y el cuidado por las aves. En la región los colectivos juveniles promueven el cuidado y la conservación del medio ambiente, como estrategia para el desarrollo de oportunidades ocupacionales. La apropiación del conocimiento sobre aves, y la vinculación con la identidad local, no solo promueve la conservación de sus ecosistemas, sino que también expande el panorama de posibilidades de los jóvenes de la región. En este marco, la Escuela de Avistamiento de Uribe surge como una iniciativa clave, y el trabajo de Sabina, aunque de manera indirecta, resalta este espacio como un punto de encuentro crucial para potenciar los esfuerzos locales y mejorar la competitividad territorial. El trabajo de Sabina se caracteriza por la creación de personajes y paisajes cargados de simbolismo cultural, elementos que juegan un papel importante en la construcción de la identidad regional y en la conciencia sobre el territorio. Su uso de colores vibrantes y su estilo gráfico distintivo facilitan una interpretación más directa y accesible de las formas y los íconos representados.
JAVIER RUIZ
QUIERO SER MONTAÑA
En esta obra, Javier Ruiz presenta una composición que fusiona momentos de su experiencia vital a través de un collage profundamente simbólico. En el corazón de la pieza, un altar improvisado, formado por ladrillos y un mantel, sirve de refugio para una madre que acurruca a su hijo y a una mascota en un desierto árido. Esta imagen central evoca un sentido de protección y ternura en un entorno inhóspito, representando así el cuidado y la esperanza como fuerza frente a la adversidad. En la esquina superior de la obra, unos músicos relatan las historias campesinas bajo la luz de la noche, aludiendo a la tradición y narrativa oral de la música campesina de la región. Un lirio florece desde el corazón de una sábila en una matera hecha de llantas reutilizadas, simbolizando la renovación y la vida que emergen desde lugares inimaginables. Las velas rojas encendidas en otra esquina representan la esperanza y la persistencia, mientras que las cotizas desgastadas de bailar aluden a la resiliencia y la vitalidad que perduran a través del tiempo. En el fondo de la pieza, el hogar y la montaña que lo rodea se presentan como elementos protectores y estables, sugiriendo una conexión intrínseca entre el ser humano y la naturaleza. La montaña, en esta obra, actúa como un símbolo de provisión, protección y nutrición, resonando con la imagen tradicional de la Virgen en la iconografía católica colonial, donde la montaña era frecuentemente representada como un símbolo de seguridad y sacralidad. Pintada frente a la iglesia del municipio, la pieza de Ruiz dialoga de manera sincrética con la imagen religiosa, integrando la montaña como un símbolo de estabilidad y cuidado. Javier enriquece la escena con elementos que parecen acomodarse de manera natural en la composición, aunque su inclusión es el resultado de una reflexión profunda sobre su significado y su impacto emocional. La perspectiva onírica de la obra crea un espacio donde las imágenes, los objetos y los recuerdos se entrelazan, invitando a una contemplación que evoca nostalgia y un ambiente maternal lleno de afecto. Javier Ruiz nos ofrece una visión que rinde homenaje a la vida y la resiliencia, pero que también reflexiona sobre la memoria y la esperanza. Su collage es un recoge de manera majestuosa el vínculo entre lo sagrado, lo natural y lo cotidiano.
LOUISA PRADA Y FRANKLIN PIAGUAJE
CORTEJO LLANERO
En esta pieza, los artistas Louisa Prada y Franklin Pianguaje se unen para destacar la profunda conexión entre la cultura y la naturaleza, utilizando esta relación como un mecanismo vital para la salvaguarda de las comunidades y los ecosistemas. La obra presenta una escena en la que dos especies de aves diferentes participan en un elaborado cortejo. Ambos pájaros despliegan sus plumajes vibrantes y llaman la atención del otro mediante el uso de objetos cotidianos y elementos naturales. En un momento efímero y lleno de simbolismo, un tucán y un turpial se encuentran en un intercambio significativo. El tucán, portando un morral con un chigüiro en el frente, lleva consigo el conocimiento y el entendimiento profundo. En contraste, el turpial, sostiene una flor, un símbolo de sutileza y humildad. Se aproxima con paciencia y respeto, buscando captar la atención del tucán para ofrecerle un presente. En la escena descansa un sombrero topochero, melancólico, colocado sobre una rama, mientras un atardecer enmarca el cortejo con su luz cálida. Este entorno evoca un escenario literario donde las aves no solo llevan consigo el conocimiento y la cultura, sino que también utilizan el arte como medio para establecer conexiones y conquistar. Esta representación subraya cómo el arte y la cultura se entrelazan con la naturaleza para crear una sinfonía visual y sonora, que celebra la riqueza de natural y cultural de la región
FELIPE MAVESOY
YO, NOSOTROS
En esta pieza, el artista Felipe Mavesoy culmina un profundo proceso de reivindicación del territorio a través de su arte. La obra presenta un árbol imponente, cuyas raíces se hunden profundamente en la tierra, simbolizando no solo el vínculo inquebrantable con el paisaje, sino también el dolor que ha marcado tanto al artista como a su familia. Felipe Mavesoy utiliza esta pieza para conectar emocionalmente con el duelo de los habitantes del territorio, buscando transmitir un mensaje de esperanza y resiliencia: a pesar de la violencia y la pérdida, la vida siempre prevalecerá sobre la muerte. El arte, en este contexto, se convierte en un vehículo para sublimar las experiencias dolorosas y transformar el sufrimiento en una expresión estética que honra la memoria y promueve la sanación. La obra no es solo una creación individual, sino que también involucra la participación activa de los familiares del artista. Estos contribuyeron a la intervención pintando la finca familiar, un acto que revitaliza el recuerdo del hogar y abraza el dolor compartido. La finca y el hogar, ahora representados en la obra, se convierten en un espacio colectivo de memoria y reivindicación, recordando que la tierra labrada por sus ancestros está impregnada de una belleza que trasciende el sufrimiento. “Yo, nosotros” es una manifestación palpable de la reconciliación con el territorio, mediada por un lenguaje artístico que recoge de manera transversal la experiencia vivida. Esta pieza facilita una comprensión más profunda y matizada sobre la memoria y los hechos históricos, ofreciendo una nueva perspectiva sobre el pasado. Los jóvenes de la región, inspirados por esta obra, están llamados a escribir nuevas narrativas que construyan un futuro de paz y unidad. Así, la pieza de Mavesoy no solo preserva la memoria del pasado, sino que también abre un camino hacia la construcción de un territorio en el que la reconciliación y la esperanza puedan florecer.
TONRA Y KIKI HERRERA
REAVIVAR
En esta pieza, se rinde homenaje a la música campesina como pilar de la cultura e instrumento de reivindicación a través de los mecanismos de la tradición oral y la transmisión de saberes intergeneracional. Para los artistas la música campesina representa la victoria del arte sobre la muerta y la violencia en este territorio. La pieza utiliza el relato sonoro y la lírica para capturar y describir cotidianidades, hábitos, paisajes, personajes y episodios del pasado que contribuyen a una comprensión territorial más amplia y a una apropiación cultural de las nuevas generaciones de esta región. Es mediante la música que conocemos las historias de los ancestros y los relatos de origen de los habitantes y fundadores de la región. A través de sus melodías y letras, se preservan y transmiten las memorias de generaciones pasadas, fortaleciendo el vínculo entre el pasado y el presente. La pieza articula el estilo de estos dos artistas mediante la paleta de color y la compresión de la importancia de la tradición oral en la reivindicación de la memoria y la construcción de la paz a través del arte. La composición de la pieza yuxtapone dos momentos que se contradicen entre si: por un lado, el florecimiento del arte y la cultura, que se entrelazan con el territorio y celebran su riqueza; por otro lado, la devastación, la desaparición y la guerra que han asolado el mismo territorio. A través de esta pieza, los artistas proponen una visión en la que el arte se convierte en un mediador de paz. Al reconocer las verdades y experiencias de todos los involucrados, sugieren que recordar es una forma de vivir, y vivir en paz es un acto de recuperación y celebración de la identidad cultural. La obra invita a la reflexión sobre cómo la memoria y la cultura pueden ser herramientas poderosas para la reconciliación y la construcción de un futuro más armonioso.